Papá para siempre

Luis Manuel Vargas M

@luisman65

Como es costumbre, junio es el mes del padre, y también de culminación de clases para la gran mayoría de los estudiantes de educación primaria y secundaria en el país. Nada fuera de lo normal, excepto para los padres de quienes se gradúan de bachiller y entran en el período de transición hacia estudios superiores de sus hijos, o tienen en mente cualquier otro plan de vida, como la migración allende otras tierras, o simplemente insertarse en el mercado laboral.

En cualquier contexto, ser padre en esta etapa de la vida de los hijos es un reto singular. Por un lado, la educación mínima formal llega a su fin, y se abre un abanico de opciones, dependiendo de los intereses, vocaciones y aptitudes de quienes ahora se sienten más independientes que nunca, economía aparte. Por otro lado, la edad, que va de los 16 a los 18 años, y que coincide con la culminación de los estudios en cuestión, es un período de la adolescencia en el cual ejercer la paternidad es un desafío constante a la paciencia. Adolescencia, irreverencia y terquedad, conviven en una armonía incomprensible a ratos. La buena noticia es que también comienzan a florecer estados de madurez, que siempre te sorprenden gratamente cuando menos los esperas.

En mi experiencia personal, debo decir que he pasado por un sinfín de emociones, difíciles de resumir en un solo artículo. Todavía recuerdo el momento cuando mi hija inició educación preescolar, con esa mirada de “papá, no te vayas”, mientras la dejaba sola por primera vez en manos desconocidas para ella. Ahora, en su último día de clases de bachillerato, siento que se invirtieron los papeles, porque verla alejarse del carro en su camino a la entrada del colegio por última vez, con su morral a cuestas y pendiente del “último timbre”, me dejó un sabor a nostalgia, y por un instante pensé: “Vero, no te vayas”.

Pero, hay que dejar ir. Tengo la suerte de contar con una hija cuyas conversaciones en este momento de nuestras vidas son edificantes y, hasta cierto punto, aleccionadoras, sin dejar de tener eventuales componentes de drama, natural de la edad y de circunstancias propias del entorno social. Su inmejorable desempeño académico, los valores que compartimos como familia, su nivel de madurez en los temas que le interesan, y esa mirada inquisitiva en cada pregunta que se hace, me transmiten tranquilidad, a pesar del mar de dudas que todos los padres podemos experimentar en este momento de sus vidas. ¿Será que está lista para la universidad?, ¿podrá salir adelante en su plan?, ¿qué le depara el futuro si toma tal o cual camino? Todas preguntas válidas, cuyas respuestas tendrán que ser enfrentadas por ella, y seguramente logrará dilucidar las opciones a tomar en cuenta.

Desde luego, este período de “independencia en desarrollo” es algo que me tomo en serio. Es normal. El mundo allá fuera muestra cierta hostilidad nada fácil de sortear. Sin embargo, de lo que sí estoy seguro es que ella siempre contará con mi apoyo, mi consejo (solicitado o no), y mi cariño, siempre eterno, siempre irracional. Pero cariño de padre al fin.

En este Día del Padre, no puedo sino sentirme orgulloso de mi hija, y de mi esposa Giovanna. La familia es la base de todo, aquí y en Japón. Dejemos a nuestros hijos soñar, emocionarse, hacer, sonreír. Errores habrá, y son parte del aprendizaje para ser mejores en cualquier ámbito, sea este social, académico, familiar, laboral. ¡Confíen que sus hijos saldrán adelante!

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